miércoles, 18 de diciembre de 2013

"PIEDRA AL LIMITE"

La ley de la cantera
La metamorfosis y metáfora de la piedra

Quisiera que consideráramos la piedra como un material que, al igual que otros, logra la belleza en el desarrollo de su actividad constructiva, entre el concepto y las reglas del arte.
Pensar en piedra. Formular un pensamiento con claridad y la precisión que nacen del dominio de la gramática y de la sintaxis, y con los tonos y los timbres que derivan del sabio empleo de un sabio instrumental. Hacerse alumnos del lenguaje de la piedra, que se hunde en el cuerpo de una tradición milenaria, tanto de ideas como de técnicas.
Mucho ha pensado en piedra el mundo antiguo petrificando todo, en una febril actividad que, reflejo de una aspiración a lo eterno tendía a dotar a lo perecedero y a lo transitorio de solidez y durabilidad. Dos son los conceptos claves: transformación y transferencia, metamorfosis y metáfora.
Violenta es la acción que ejercemos sobre la naturaleza cuando transformamos un banco rocoso en material de construcción. Poco conservan los bloques recortados del macizo natural: ni la complejidad original de la agregación, ni los efectos superficiales de la acción del tiempo -oxidaciones, erosiones, deslavados, musgo- que además se eliminan cuidadosamente, como defectos, en la primera elección de los materiales. Un bloque de piedra recién salido de la cantera es una reducción drástica del orden natural, violado, a un orden humano, dominado por un pensamiento abstracto. Después viene la acción de la transferencia de los bloques desde el lugar de la cantera hasta el del solar, donde estos, después de un viaje ya sea corto o largo, yacen al fin sin orden al pie de la obra, esperando a recibir en el edificio la configuración que el proyecto ha predispuesto. (…)

La ley de la cantera
Autor: Francesco Venezia
Revista: Arquitectura viva
Página: 25







El malestar de la piedra
Un material milenario en la modernidad
La modernidad y la piedra han vivido un matrimonio difícil. En 1956, Alejandro de la sota gano el concurso del gobierno civil de Tarragona- ciudad cuyas ordenanzas, acaso en sintonía con sus restos romanos, exigían el acabado pétreo de las fachadas- y se sintió obligado a consultar a Josep Lluís Sert sobre la legitimidad del uso del mármol en una obra representativa, recibiendo del maestro catalán licencia intelectual para emplear un material “noble” que la mayor parte de los arquitectos modernos entonces rechazaba. Medio siglo después, Terence Riley recorría España visitando obras recientes con destino a la exposición de 2006 en el museo de arte moderno de Nueva York, y constaba la proliferación de geometrías abstractas con revestimientos pétreos, en contraste con la ortodoxia moderna del hormigón, el vidrio y el acero, certificando así la aceptación de la piedra en la contemporánea paleta de materiales. Hoy, ningún arquitecto experimentaría  las dudas de sota ante el mármol del gobierno civil.
Con todo, la piedra ha sido siempre muy moderna. Pero no en  la forma portante del sillar, sino como revestimiento, que se antoja la expresión más contemporánea de lo pétreo. Y ello pese a que le aplacado, por si carácter artificioso de máscara, parece opuesto al dogma moderno de la autenticidad. El ingeniero Eduardo Torroja, en su Razón y ser de los tipos estructurales, oponía la cantería, fértil e su incitación al desarrollo de la geometría y el cálculo, a los meros revestimientos, y concluía taxativamente que “los aplacados son un material diferente, aun proviniendo de la misma cantera”. Ese material diferente, que cubre pero no sostiene, es la piedra moderna, y el maestro de Pontevedra terminaba su narración de la consulta a Sert sobre el uso del mármol subrayando: “en Tarragona, eso sí, se hizo chapado”; una circunstancia que negaba la condición arcaica del material- irónicamente recordada en el edificio por el paralelepípedo de piedra que sirve como mesa de conserje-, al tiempo que enfatizaba su naturaleza artificial.
Buena parte del canon moderno se levantó asociando composición  construcción, de suerte que la apariencia exterior trasladase sin mediaciones el diagrama estructural, y esta llamada “sinceridad” opuso su laboriosa desnudez a los ropajes simbólicos, estigmatizándolos como disfraces que ocultan la identidad genuina del edificio. Desde le Howard Roark interpretado por Gary Cooper en The Fountainhead  de King Vidor en 1949, que arranca con decisión mesiánica las fachadas académicas añadidas por los promotores  a su prisma exacto, y hasta la bienal berlinesa de 1999, que satiriza los revestimientos pétreos de la ciudad con un papel de envolver- llamado cadavre exquis para evocar el juego de los surrealistas- donde se reproducen bandas de fachadas tan variadas como indiferentes, los aplacados han sido un emblema de lo premoderno o lo posmoderno, y acaso también de lo antimoderno. (…)

El malestar de la piedra
Autor: Luis Fernández- Galiano
Revista: Arquitectura viva
Página: 26, 27, 28, 29.






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