La ley de la cantera
La
metamorfosis y metáfora de la piedra
Quisiera
que consideráramos la piedra como un material que, al igual que otros, logra la
belleza en el desarrollo de su actividad constructiva, entre el concepto y las
reglas del arte.
Pensar
en piedra. Formular un pensamiento con claridad y la precisión que nacen del
dominio de la gramática y de la sintaxis, y con los tonos y los timbres que
derivan del sabio empleo de un sabio instrumental. Hacerse alumnos del lenguaje
de la piedra, que se hunde en el cuerpo de una tradición milenaria, tanto de
ideas como de técnicas.
Mucho
ha pensado en piedra el mundo antiguo petrificando todo, en una febril
actividad que, reflejo de una aspiración a lo eterno tendía a dotar a lo
perecedero y a lo transitorio de solidez y durabilidad. Dos son los conceptos
claves: transformación y transferencia, metamorfosis y metáfora.
Violenta
es la acción que ejercemos sobre la naturaleza cuando transformamos un banco
rocoso en material de construcción. Poco conservan los bloques recortados del
macizo natural: ni la complejidad original de la agregación, ni los efectos
superficiales de la acción del tiempo -oxidaciones, erosiones, deslavados,
musgo- que además se eliminan cuidadosamente, como defectos, en la primera
elección de los materiales. Un bloque de piedra recién salido de la cantera es
una reducción drástica del orden natural, violado, a un orden humano, dominado
por un pensamiento abstracto. Después viene la acción de la transferencia de
los bloques desde el lugar de la cantera hasta el del solar, donde estos,
después de un viaje ya sea corto o largo, yacen al fin sin orden al pie de la
obra, esperando a recibir en el edificio la configuración que el proyecto ha
predispuesto. (…)
La
ley de la cantera
Autor:
Francesco Venezia
Revista:
Arquitectura viva
Página:
25
El malestar de la piedra
Un material milenario
en la modernidad
La modernidad y la
piedra han vivido un matrimonio difícil. En 1956, Alejandro de la sota gano el
concurso del gobierno civil de Tarragona- ciudad cuyas ordenanzas, acaso en
sintonía con sus restos romanos, exigían el acabado pétreo de las fachadas- y
se sintió obligado a consultar a Josep Lluís Sert sobre la legitimidad del uso
del mármol en una obra representativa, recibiendo del maestro catalán licencia
intelectual para emplear un material “noble” que la mayor parte de los
arquitectos modernos entonces rechazaba. Medio siglo después, Terence Riley
recorría España visitando obras recientes con destino a la exposición de 2006
en el museo de arte moderno de Nueva York, y constaba la proliferación de
geometrías abstractas con revestimientos pétreos, en contraste con la ortodoxia
moderna del hormigón, el vidrio y el acero, certificando así la aceptación de
la piedra en la contemporánea paleta de materiales. Hoy, ningún arquitecto
experimentaría las dudas de sota ante el
mármol del gobierno civil.
Con todo, la piedra
ha sido siempre muy moderna. Pero no en
la forma portante del sillar, sino como revestimiento, que se antoja la
expresión más contemporánea de lo pétreo. Y ello pese a que le aplacado, por si
carácter artificioso de máscara, parece opuesto al dogma moderno de la
autenticidad. El ingeniero Eduardo Torroja, en su Razón y ser de los tipos estructurales, oponía la cantería, fértil
e su incitación al desarrollo de la geometría y el cálculo, a los meros
revestimientos, y concluía taxativamente que “los aplacados son un material
diferente, aun proviniendo de la misma cantera”. Ese material diferente, que
cubre pero no sostiene, es la piedra moderna, y el maestro de Pontevedra
terminaba su narración de la consulta a Sert sobre el uso del mármol
subrayando: “en Tarragona, eso sí, se hizo chapado”; una circunstancia que
negaba la condición arcaica del material- irónicamente recordada en el edificio
por el paralelepípedo de piedra que sirve como mesa de conserje-, al tiempo que
enfatizaba su naturaleza artificial.
Buena parte del canon
moderno se levantó asociando composición
construcción, de suerte que la apariencia exterior trasladase sin
mediaciones el diagrama estructural, y esta llamada “sinceridad” opuso su
laboriosa desnudez a los ropajes simbólicos, estigmatizándolos como disfraces
que ocultan la identidad genuina del edificio. Desde le Howard Roark
interpretado por Gary Cooper en The
Fountainhead de King Vidor en 1949,
que arranca con decisión mesiánica las fachadas académicas añadidas por los
promotores a su prisma exacto, y hasta
la bienal berlinesa de 1999, que satiriza los revestimientos pétreos de la
ciudad con un papel de envolver- llamado cadavre
exquis para evocar el juego de los surrealistas- donde se reproducen bandas
de fachadas tan variadas como indiferentes, los aplacados han sido un emblema
de lo premoderno o lo posmoderno, y acaso también de lo antimoderno. (…)
El
malestar de la piedra
Autor:
Luis Fernández- Galiano
Revista:
Arquitectura viva
Página:
26, 27, 28, 29.
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